No te extrañe si, por momentos, pasas de
estar contento a quebrarte en amargo llanto, de estar aparentemente
sereno a sentirte, al siguiente instante, por una intensa furia
arrebatado.
Tal vez te preguntes, ¿qué me sucede?
¿Acaso he enloquecido de repente? No, aunque lo parece.
Por experiencia sabes que cuando una
enfermedad te aqueja —ya sea física o del alma— tiene un mismo proceso:
incubación, brote y curación.
Si nos afecta el cuerpo, así lo tenemos
asumido, pero no cuando del alma se trata.
En este caso, no hay medicamento que galeno
alguno pueda recetarte, salvo que la amorosa paciencia cultives y
aceptes que todo es parte de tu proceso de sanación.
Cada cual tiene el suyo, aprende a
reconocer cual es el tuyo. No importa si un día tan amargo lloras que
tus lágrimas parezcan no tener fin, y al siguiente, a la vida sonríes
como si nada hubiera pasado.
Sí, si que ha sucedido, pero sonríes porque
al llorar de tan amarga manera, comprendes que has liberado la pena y
el inmenso dolor que en tus adentros guardabas, producto de
incontables sinsabores acumulados, en esta vida, o en otras.
¿Te imaginas lo que sería de ti si
retienes semejante dolor en tus entrañas?
Así que, no importa lo que puedan decir o
pensar de ti, llora, grita, patalea o baila, pero saca la pena fuera.
Rosa Lázaro
©2017